Documento de Puebla
DOCUMENTO DE
PUEBLA
2. La
verdad sobre la Iglesia, el Pueblo de Dios, signo y servicio de comunión
2.4. María,
Madre y modelo de la Iglesia
282. En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido
anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los
orígenes —en su aparición y advocación de Guadalupe— María constituyó el gran
signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de
Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la
voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de
Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del
encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana.
283. Pablo VI afirmó que la devoción a María es «un
elemento cualificador» e «intrínseco» de la «genuina piedad de la Iglesia» y
del «culto cristiano» 71 . Esto es una experiencia vital e histórica de América
Latina. Esa experiencia, lo señala Juan Pablo II, pertenece a la íntima
«identidad propia de estos pueblos» (Juan Pablo II, Homilía Zapopán 2).
284. El pueblo sabe que encuentra a María en la
Iglesia Católica. La piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo resistente
que ha mantenido fieles a la Iglesia sectores que carecían de atención pastoral
adecuada.
285. El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la
familia que tiene por madre a la Madre de Dios. En la Iglesia confirma su
instinto evangélico según el cual María es el modelo perfecto del cristiano, la
imagen ideal de la Iglesia. María, Madre de la Iglesia
286. La Iglesia «instruida por el Espíritu Santo
venera» a María «como madre amantísima, con afecto de piedad filial» (LG 13).
En esa fe, el Papa Pablo VI quiso proclamar a María como «Madre de la Iglesia»
72.
287. Se nos ha revelado la admirable fecundidad de
María. Ella se hace Madre de Dios, del Cristo histórico en el fiat de la
anunciación, cuando el Espíritu Santo la cubre con su sombra. Es Madre de la
Iglesia porque es Madre de Cristo, Cabeza del Cuerpo místico. Además, es
nuestra Madre «por haber cooperado con su amor» (LG 53) en el momento en que
del corazón traspasado de Cristo nacía la familia de los redimidos; «por eso es
nuestra madre en el orden de la gracia» (LG 61). Vida de Cristo que irrumpe
victoriosa en Pentecostés, donde María imploró para la Iglesia el Espíritu
Santo vivificador.
288. La Iglesia, con la Evangelización, engendra
nuevos hijos. Ese proceso que consiste en «transformar desde dentro», en
«renovar a la misma humanidad» (EN 18), es un verdadero volver a nacer. En ese
parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el
cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo Resucitado, «con
su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan» (LG
62); su gran cuidado es que los cristianos tengan vida abundante y lleguen a la
madurez de la plenitud de Cristo 73.
289. María no sólo vela por la Iglesia. Ella tiene
un corazón tan amplio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por
todos los pueblos. Esto lo registra la fe popular que encomienda a María, como
Reina maternal, el destino de nuestras naciones.
290. Mientras peregrinamos, María será la Madre educadora
de la fe (LG 63). Cuida de que el Evangelio nos penetre conforme nuestra vida
diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la
pedagoga del Evangelio en América Latina.
291. María es verdaderamente Madre de la Iglesia.
Marca al Pueblo de Dios. Pablo VI hace suya una concisa fórmula de la
tradición: «No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María» (MC
28). Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la
voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental
de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa
que suscita en los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la
esperanza.
3. María,
modelo de la Iglesia
292. Modelo en su relación a Cristo. —Según el plan
de Dios, en María «todo está referido a Cristo y todo depende de Él» (MC 25).
Su existencia entera es una plena comunión con su Hijo. Ella dio su sí a ese
designio de amor. Libremente lo aceptó en la anunciación y fue fiel a su
palabra hasta el martirio del Gólgota. Fue la fiel acompañante del Señor en
todos sus caminos. La maternidad divina la llevó a una entrega total. Fue un
don generoso, lúcido y permanente. Anudó una historia de amor a Cristo íntima y
santa, única, que culmina en la gloria.
293. María, llevada a la máxima participación con
Cristo, es la colaboradora estrecha en su obra. Ella fue «algo del todo
distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante» (MC
37). No es sólo el fruto admirable de la redención; es también la cooperadora
activa. En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad
de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades
y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo
Adán. María, por su cooperación libre en la nueva Alianza de Cristo, es junto a
Él protagonista de la historia. Por esta comunión y participación, la Virgen
Inmaculada vive ahora inmersa en el misterio de la Trinidad, alabando la gloria
de Dios e intercediendo por los hombres.
294. Modelo para la vida de la Iglesia y de los
hombres. —Ahora, cuando nuestra Iglesia Latinoamericana quiere dar un nuevo
paso de fidelidad a su Señor, miramos la figura viviente de María. Ella nos
enseña que la virginidad es un don exclusivo a Jesucristo, en que la fe, la
pobreza y la obediencia al Señor se hacen fecundas por la acción del Espíritu.
Así también la Iglesia quiere ser madre de todos los hombres, no a costa de su
amor a Cristo, distrayéndose de Él o postergándolo, sino por su comunión íntima
y total con Él. La virginidad maternal de María conjuga en el misterio de la
Iglesia esas dos realidades: toda de Cristo y con Él, toda servidora de los
hombres. Silencio, contemplación y adoración, que originan la más generosa
respuesta al envío, la más fecunda Evangelización de los pueblos.
295. María, Madre, despierta el corazón filial que
duerme en cada hombre. En esta forma nos lleva a desarrollar la vida del
bautismo por el cual fuimos hechos hijos. Simultáneamente, ese carisma maternal
hace crecer en nosotros la fraternidad. Así María hace que la Iglesia se sienta
familia.
296. María es reconocida como modelo extraordinario
de la Iglesia en el orden de la fe 74. Ella es la creyente en quien resplandece
la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que
se abre a la palabra y se deja penetrar por su dinamismo: Cuando no la
comprende y queda sorprendida, no la rechaza o relega; la medita y la guarda
75. Y cuando suena dura a sus oídos, persiste confiadamente en el diálogo de fe
con el Dios que le habla; así en la escena del hallazgo de Jesús en el templo y
en Caná, cuando su Hijo rechaza inicialmente su súplica 76. Fe que la impulsa a
subir al Calvario y a asociarse a la cruz, como al único árbol de la vida. Por
su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor: «feliz la
que ha creído» (Lc 1,45) 77.
297. El Magnificat es espejo del alma de María. En
ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el
profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio
de Cristo; es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos
manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia
del Padre. En el Magnificat se manifiesta como modelo «para quienes no aceptan
pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son
víctimas de la "alienación", como hoy se dice, sino que proclaman con
ella que Dios "ensalza a los humildes" y, si es el caso,
"derriba a los potentados de sus tronos"...» (Juan Pablo II, Homilía
Zapopán 4: AAS 71 p. 230).
298. Bendita entre todas las mujeres. —La Inmaculada Concepción nos ofrece en
María el rostro del hombre nuevo redimido por Cristo, en el cual Dios recrea
«más maravillosamente aún» (Colecta de la Natividad de Jesús) el proyecto del
paraíso. En la Asunción se nos
manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el
cuerpo glorioso de María comienza la creación material a tener parte en el
cuerpo resucitado de Cristo. María Asunta es la integridad humana, cuerpo y
alma que ahora reina intercediendo por los hombres, peregrinos en la historia.
Estas verdades y misterios alumbran un continente donde la profanación del
hombre es una constante y donde muchos se repliegan en un pasivo fatalismo.
299. María
es mujer. Es «la bendita entre todas las mujeres». En ella Dios dignificó a
la mujer en dimensiones insospechadas. En María el Evangelio penetró la
feminidad, la redimió y exaltó. Esto es de capital importancia para nuestro
horizonte cultural, en el que la mujer debe de ser valorada mucho más y donde
sus tareas sociales se están definiendo más clara y ampliamente. María es
garantía de la grandeza femenina, muestra la forma específica del ser mujer,
con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el
espíritu.
300. Modelo de servicio eclesial en América Latina.
—La Virgen María se hizo la sierva del
Señor. La Escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la
circunstancia del parto, le hace el servicio mucho mayor de anunciarle el
Evangelio con las palabras del Magnificat. En Caná está atenta a las
necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que
«creyeron en Él» (Jn 2,11). Todo su servicio a los hombres es abrirlos al
Evangelio e invitarlos a su obediencia: «haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
301. Por
medio de María Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo;
constituyó el centro de la historia. Ella
es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se
desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo
espiritualista.
302. Pablo VI señala la amplitud del servicio de
María con palabras que tienen un eco muy actual en nuestro continente: Ella es
«una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio
(cf. Mt 2,13-23): situaciones éstas que no pueden escapar a la atención de
quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del
hombre y de la sociedad. Se presentará María como mujer que con su acción
favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cf. Jn 2,1-12) y cuya
función maternal se dilató, asumiendo sobre el calvario dimensiones
universales» (MC 37).
303. El pueblo latinoamericano sabe todo esto. La
Iglesia es consciente de que «lo que importa es evangelizar no de una manera
decorativa, como un barniz superficial» (EN 20). Esa Iglesia, que con nueva
lucidez y decisión quiere evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura
del pueblo, se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más
corazón de América Latina. Ésta es la hora de María, tiempo de un nuevo
Pentecostés que ella preside con su oración, cuando, bajo el influjo del
Espíritu Santo, inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. Que María
sea en este camino «estrella de la Evangelización siempre renovada» (EN 81).
Tomado de:
Documento de Puebla III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano. (1979). La verdad sobre la Iglesia, el Pueblo de
Dios, signo y servicio de comunión. Recuperado el 20 de marzo de 2017, de: http://www.cpalsj.org/wp-content/uploads/2013/03/Puebla-III-CELAM-ESP.pdf
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